Marea la rapidez con la que cambia el sector turístico,
sobre todo el perfil del cliente.
Algunas empresas se han preocupado siempre de saber la
opinión que tenía el cliente de ellos con el único afán de mejorar. Las armas
que tenían eran las encuestas de satisfacción, que podían cuantificar y
analizar qué servicio es el mejor, cual flojea y en ocasiones las
felicitaciones por el trabajo realizado.
Ahora el escenario es algo muy
distinto, además de las encuestas de satisfacción, las herramientas digitales están a la orden
del día.
En principio todo esto, el montaje creado alrededor de la
opinión del cliente es genial. Es un gran altavoz para que otros clientes sepan
las bueno y lo malo de las empresas, si es por la limpieza, por el precio, el
personal o porque en el destino llueve mucho. Sea cual sea la opinión y sobre
el que, nos parezcan absurdas o fantásticas, esas opiniones están a nuestro
alcance, lo que hace que la empresa no se duerma en los laureles.
Pues bien, el problema es que ahora algunos clientes
utilizan esto como moneda de cambio. Insinúan rebajas, algún que otro detalle con
el afán de ahorrarse unos euros. Saben el daño que pueden hacer poniendo
opiniones demoledoras sobre un establecimiento y lo hacen.
Por otra parte, las páginas en las que el cliente puede
dejar su opinión, muchas veces no dejan lugar a replica, en otras incluso sin
haber estado pueden opinar clientes o enemigos maliciosos, otras da igual la
opinión del cliente porque lo que hace que estés más arriba es lo que pagas.
Al final entre clientes “peligrosos” y todas estas páginas
de reservas y opiniones, el empresario turístico, el que trabaja duro por ofrecer lo mejor a cada uno de sus clientes, tiene que hilar muy fino y
aguantar lo suyo.
Y el cliente de bien que desea elegir su "gran lugar" le toca averiguar y analizar esas opiniones, las verdades y las mentiras ocultas y que
establecimiento está en una posición privilegiada por que ha pagado más.
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